viernes, 17 de abril de 2015

Raúl Martí, miembro del círculo Migraciones Zaragoza, cuenta como fue su amistad con el inmortal escritor Eduardo Galeano, fallecido esta semana.

Entender porqué Eduardo Galeano fue quien fue, pensó e influyó como lo hizo, mantuvo permanentemente una posición humanística, anticapitalista y por ende antiimperialista y tan apegada a América Latina y a sus dolores, permanentemente militante  contra las injusticias, hace imprescindible ubicar al hombre en su tiempo.

Y también cuando, y cómo, comenzó  esa insobornable  militancia de la cual quien esto escribe fue testigo presencial y compañero político  en sus primeros pasos.

La década 1950-1960 fue muy rica en acontecimientos.

En los cinco años anteriores, y habiendo salido  de la II Guerra Mundial, Inglaterra, que  durante más de un siglo había sido la potencia dominante en lo económico y en lo político, había sido desplazada por la ahora potencia dominante de los Estados Unidos, los que si bien habían perdido hombres en los frentes europeo y asiático, en contrapartida habían aumentado su potencia económica, no solamente por el esfuerzo de guerra, sino también por la incorporación de las mujeres a la producción, para llenar las plazas que los combatientes habían dejado vacías.

Un nuevo orden quedó establecido en la conferencia de Breton Woods (1944) sellandoen lo económico y en lo político, y con efectos perdurables hasta hoy (Banco Mundial,FMI,etc.) la absoluta predominancia de la nueva potencia emergente.

La Guerra Fría había tenido picos peligrosos, cuando los sospechosos rusos, hijos de Gengis Khan y de las heladas  estepas del Asia Central, que ya no montaban en pequeños y robustos  corceles sino en tanques T-34 y volaban en Migs y Tupolevs, habían tenido el atrevimiento de cerrar el aeropuerto de Tempelhoff (Berlín), obligando a las potencias “democráticas” (EEUU, Francia y R.U) a establecer un puente aéreo para abastecer a la asediada ciudad.

Europa se beneficiaba del Plan Marshall, ideado no solamente como valla de contención de la amenaza comunista, sino como negocio de USA para vender productos industriales y agrícolas.

Franco, gracias a su territorio-portaaviones y a sus bases navales, había recibido la bendición democrática (“mejor no meneallo”) que terminaba con su aislamiento y le permitía entrar, primero en la Unesco y luego en las Naciones Unidas.

Y Alemania, la vencida, recibía una generosa ayuda económica entre la cual estaba el perdón de gran parte de sus deudas por indemnizaciones  de guerra.

Entretanto, sus  capitalistas  se aplicaba -como solo lo saben hacer los alemanes- a la reconstrucción de sus devastados territorios y de su postrada economía entre algo más que rumores de imparable y generalizada  corrupción.