Entender porqué Eduardo Galeano fue quien fue, pensó e
influyó como lo hizo, mantuvo permanentemente una posición humanística, anticapitalista
y por ende antiimperialista y tan apegada a América Latina y a sus dolores,
permanentemente militante contra las injusticias,
hace imprescindible ubicar al hombre en su tiempo.
Y también cuando, y cómo, comenzó esa insobornable militancia de la cual quien esto escribe fue
testigo presencial y compañero político
en sus primeros pasos.
La década 1950-1960 fue muy rica en acontecimientos.
En los cinco años anteriores, y habiendo salido de la II Guerra Mundial, Inglaterra, que durante más de un siglo había sido la
potencia dominante en lo económico y en lo político, había sido desplazada por
la ahora potencia dominante de los Estados Unidos, los que si bien habían perdido
hombres en los frentes europeo y asiático, en contrapartida habían aumentado su
potencia económica, no solamente por el esfuerzo de guerra, sino también por la
incorporación de las mujeres a la producción, para llenar las plazas que los
combatientes habían dejado vacías.
Un nuevo orden quedó establecido en la conferencia de
Breton Woods (1944) sellandoen lo económico y en lo político, y con efectos
perdurables hasta hoy (Banco Mundial,FMI,etc.) la absoluta predominancia de la
nueva potencia emergente.
La Guerra Fría había tenido picos peligrosos, cuando
los sospechosos rusos, hijos de Gengis Khan y de las heladas estepas del Asia Central, que ya no montaban
en pequeños y robustos corceles sino en
tanques T-34 y volaban en Migs y Tupolevs, habían tenido el atrevimiento de
cerrar el aeropuerto de Tempelhoff (Berlín), obligando a las potencias “democráticas”
(EEUU, Francia y R.U) a establecer un puente aéreo para abastecer a la asediada
ciudad.
Europa se beneficiaba del Plan Marshall, ideado no
solamente como valla de contención de la amenaza comunista, sino como negocio
de USA para vender productos industriales y agrícolas.
Franco, gracias a su territorio-portaaviones y a sus
bases navales, había recibido la bendición democrática (“mejor no meneallo”)
que terminaba con su aislamiento y le permitía entrar, primero en la Unesco y
luego en las Naciones Unidas.
Y Alemania, la vencida, recibía una generosa ayuda
económica entre la cual estaba el perdón de gran parte de sus deudas por
indemnizaciones de guerra.
Entretanto, sus
capitalistas se aplicaba -como
solo lo saben hacer los alemanes- a la reconstrucción de sus devastados
territorios y de su postrada economía entre algo más que rumores de imparable y
generalizada corrupción.